El hombre que pedalea la ciudad para cumplir los deseos de la gente
La bicicleta hace parte de la cultura colombiana, desde los años 30, cuando algunas de las familias más prestantes de Antioquia, Cundinamarca y el Valle del Cauca la trajeron a estas tierras. Desde entonces, su uso se ha extendido de los campos a las grandes ciudades haciendo de ese “caballito de acero” una marca indeleble que apela a la simplicidad y al ingenio y que ha tenido todo que ver con el nacimiento de grandes estrellas del ciclismo y con el crecimiento de emprendedores que usan la bicicleta como herramienta de trabajo.
Escarabajos de campo o de ciudad, muchos se entrenan diariamente en las calles, avenidas y troncales de Bogotá pedaleando al lado de oficinistas apurados por llegar a sus trabajos, de deportistas entrenando, y de carros, motos, camiones que corren frenéticos a su destino y que, en su afán, no siempre ceden el paso o respetan su lugar en la vía. El riesgo es latente, pero hay una labor que los mensajeros en bicicleta se han tomado en serio: la de recorrer la ciudad para cumplir los deseos de la gente.
De día o de noche, los mensajeros llegan a donde los camiones no siempre pueden, y, especialmente en pandemia, le sirvieron a miles de habitantes de Bogotá que enviaron mercados y ayudas por toda la ciudad creando un tejido emocional donde los afectos se movían en la bicicleta que llevaba una olla con sopita de la abuela o de ropa enviada por un desconocido para protegerse del frío gracias a estos mensajeros en dos ruedas.
Precisamente, uno de estos bicimensajeros fue Alejandro Córdoba, un historiador que encontró en la bicicleta una forma de sustento con su emprendimiento Chasquis Cargo Group y de transporte para él y para su familia: sus perros Rita, Pola y Bardo.
Imagen de Andrés Arias
En el 2014, Alejandro descubrió un modelo de una bicicleta de carga que lo deslumbró: una sobre chasis. Desde entonces se obsesionó con conseguir una, y trabajo arduamente hasta que logró conseguir dinero para poder comprarla. Poco a poco, ha sumado nuevas bicicletas a su naciente flota de transporte: la azul llamada Úrsula; la rosada, Débora del Solar, y la amarilla, Verónica. Las bautizó porque es bien sabido entre los amantes de las bicis que no es de buena suerte andar con una bicicleta sin nombre.
Su negocio nació gracias a la necesidad que tenía de poder llevar a sus perros con él a donde fuera y, como en ese entonces, en muchos taxis y buses de servicio público no se permitía el ingreso de animales, Alejandro vio la oportunidad de mezclar su gusto por la bicicleta con la solución para el transporte de mascotas.
Sumado a ello, convertirse en bicimensajero le permitió no solo tener un negocio para recibir ingresos sino también ser coherente consigo mismo sobre cómo quería vivir su vida y la bicicleta le dio la libertad de andar a donde quisiera, aportar a la descontaminación de la ciudad y encontrar en las calles y en otros ciclistas una comunidad que se cuida entre sí.
“La bicicleta transforma todo a su alrededor, cambia la conciencia del ejercicio físico, del uso de los recursos, de la utilidad que tienen materiales menospreciados o dañados, de la necesidad de escucharnos unos a otros en la calle mientras andamos en bicicleta, de compartir un espacio dedicado a la movilidad. con la bicicleta aprendemos de civismo”, relata Alejandro.
Cada pedaleo le fue mostrando el camino que lo llevó, poco a poco, a crear un proyecto de vida con su emprendimiento de transporte de carga y mensajería en bicicleta y a crear su ruta diaria por la ciudad que, a veces, puede llegar a los 20 kilómetros, otras, a los 50, y muchas, a 120 o más. Su camino lo ha animado a profesionalizar su negocio y a hacerlo sostenible, sin perder la cercanía y la confianza con los usuarios que lo prefieren a las grandes plataformas de mensajería con marcas muy reconocidas.
¿Quién entrega más rápido una encomienda? ¿Una bicicleta o una moto o camión?
¿Quién contamina más la ciudad en cada desplazamiento?
Imagen de Andrés Arias
Alejandro tiene una alianza con otros emprendimientos con enfoque ambiental, transportando los residuos orgánicos a los puntos en donde se elaboran las pacas biodigestoras, una técnica de cultivo con miles de años de antigüedad, basada en la fermentación y que en Colombia se expande en medio del furor por conseguir alternativas para tratar de una manera más sostenible los desechos de la ciudad.
“Este ha sido un vehículo fantástico porque aparte de ser mi trabajo, también me ha permitido explorar otras áreas de mi vida, como la práctica de deporte, adaptar la bici y poder viajar con los perros para acampar en diferentes ciudades”, cuenta Alejandro.
Además de trabajar y viajar con sus perros, Córdoba participa en competencias nacionales como el Campeonato Nacional de Bicimensajeros, evento que se llevó a cabo en el barrio El Listón, en Bogotá en el año 2020 y en 2021 regresó a la contienda que se daría en Ibagué, logrando la cuarta posición. Ahora planea ahorrar para poder participar en Transcordilleras, conocida como la carrera ciclística más difícil del mundo, ya que busca atravesar el país a través de las tres cordilleras en un recorrido de más de 1.000 kilómetros.
Imagen de Andrés Arias
Una de las claves a la hora de participar en estos eventos es tener ropa de cambio, usar unas mangas de compresión, cuidarse del sol, del frío y de la lluvia y sobre todo, el hecho de saber estar presente en el momento y en el lugar para no ocasionar accidentes.
Alejandro pedalea contento, le mete toda la actitud, tiene una falda morada de paño que le llega a la pantorrilla, botas, una camisa de palmeras ocre y una rompevientos inspirada en Mondrian. Se pone casco y toda su parafernalia ciclística que incluye un parlante para escuchar a Los Mirlos, Dua Lipa y algo de rock psicodélico. Le da el viento mientras avanza por la carrera Quinta abajo de los barrios La Perseverancia y La Macarena.
Llegando a la carrera Séptima se encuentra con mensajeros, skaters, transeúntes y ladrones. Cae el sol y las luces violeta que refleja el Hotel Tequendama comienzan a colorear el separador entre la calle 28 y la antigua Calle Real de Santafé que día a día se inunda de cientos de bicimensajeros que recorren la ciudad y que se encuentran allí para esperar a que alguna aplicación les dé un llamado a cruzar la ciudad.
Alejandro, así como otros bicimensajeros, encontraron en la bicicleta un sustento, una forma de habitar la ciudad y una manera de aportar voluntaria o involuntariamente al medio ambiente recordándonos que los oficios simples pueden vivificar sueños para un futuro menos ruidoso y contaminado.
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